Me pidieron que escribiera mi experiencia en la Fabricicleta para publicarlo en la web. Lo primero que recordé fue por qué me acerqué a la Asamblea de Villa Urquiza para conocer a este grupo autónomo que funcionaba compartiendo su interés por las bicicletas, y claramente la respuesta fue: “Necesito liberarme del yugo del transporte público que está cada vez más intransitable, tanto por la inoperabilidad del sistema como por la mala vibración de los vecinos de la gran ciudad”.
Estando en la Huerta de Saavedra, se acercó un chico en bicicleta con un cartelito que decía “Un auto menos”… Qué simpático, pensé. Comentó que estaba funcionando un Taller de Ciclomecánica en Villurca bajo el nombre Fabricicleta y que se juntaban a pedalear todos juntos bajo el nombre “La masa crítica”… Qué simpático, pensé.
Continué con mi rutina citadina, ir a trabajar, ir a cursar, hasta que se me presentó el problema: los pedales de la playera que me habían prestado estaban cada vez más pesados. La situación se agravó hasta que identifiqué que algo estaba roto de la rueda trasera. Bueno, tengo que ir al bicicletero del barrio! Le llevé la bici y me sentenció “Tenés la masa rota, esto te va salir 150 pesos”, tragué saliva.
La realidad económica me golpeó y la imposibilidad de trasladarme me hizo tener la necesidad de solucionar el problema por otro lado. Recordé el nombre “Fabricicleta” y luego de intentos fallidos con los días y horarios en los que funcionaba, me acerqué.
Entré por primera vez con la rueda en la mano, y me encontré con muchas bicicletas de lo más bonitas y coloridas, con sus respectivos canastitos verdes y cartelitos de unos autos menos. En ese pasillo se veía gente que iba y venía con herramientas en las manos engrasadas. Me saludaron antes de que pueda emitir palabra, como si fuera habitué. Un chico que había visto en la defensa del Río en Vicente López me ofreció un mate y mirando la rueda trasera dijo “ah, bueeno, tenés la masa hecha mierda!”. Le pregunté por lo que tenía que hacer y me dijo una respuesta muy clara, “cambiar la masa, comprate una shimano o una falcon que es más barata pero se la banca, y después de desarmar los rayos tenés que volver a colocarlos en la masa nueva”.
Un nuevo desafío se me presentaba: sacar los rayos. Comencé a hacerlo mientras observaba el lugar y los seres que lo habitaban, no hay nada mejor para conocer la dinámica de los espacios que sentarse en un costadito a sacarle los rayos a una rueda. Pasaban y me miraban, algunos se animban a comentar “en qué laburito te estás metiendo”, “es la primera vez que radias una llanta”, “no querés empezar por cambiar un pedalín?”, “querés un mate?”. Opté por el mate, y con los rayos en una mano y la masa destruída en la otra, comencé a deambular por el lugar... entrando al taller...parecía una sala de operaciones post apocalíptica, con pedazos reciclados de distintas partes de bicicletas, todo ordenado en cajas, herramientas en un tablero claro y muchas veces incompleto, se escuchaban comenetarios del tipo “en dónde me dijiste que tenía que poner esta pieza”, “alguien está usando la llave del 15?”, “quién está cambiando un horquilla?”… “querés un mate?”. Entre mates y manos engrasadas, me fui sintiendo más cómodo y me fui dando cuenta que estaban todos en la misma frecuencia, compartiendo conocimientos que se construían colectivamente, con la experiencia de otros, desde el respeto y con la paciencia que solamente el amor por las bicicletas les brindaba, con la conciencia de que el cambio se podía hacer desde el ejemplo de pedalear para transportarse, bajo el frío o la lluvia, pero siempre con una sonrisa en la cara, sintiendo la brisa de la libertad de poder ir de un punto al otro sin nada más que una bici.
Luego de comprar la masa nueva, mi paciencia no pudo con mi genio (por no poder ir el martes, esperar una semana para cambiar los rayos era demasiado), busqué por internet “cómo radiar una masa” y me adentré en la experiencia de la auto-escuela. Luego de varios intentos, pude armar la rueda y orgulloso, esperando hasta el sábado, fui a mostrarle a mis maestros la obra. Me preguntaron si la había armado yo solo, y les dije que fue con la ayuda de un gallego y un yanqui en internet.
Centrando la rueda, con mucha paciencia, se iban acercando personas que miraban la obra y me felicitaban o me recomendaban ajustar más de un lado que del otro. Escuché al lado a unos chicos que estaban viendo que tenían una rueda rota, me hacían acordar a alguien... les dije “Me parece que tenés la masa rota, fijate cómo está ahí, tendrías que desarmarla sacándole los rayos con esa herramienta y comprar un repuesto, luego volver a radiarla y centrarla”. En ese momento entendí la Fabricicleta, es un espacio en donde el conocimiento gira, y a través de la cinética se hace más fuerte y genera nuevas experiencias construidas colectivamente y sin dinero!
Estando en la Huerta de Saavedra, se acercó un chico en bicicleta con un cartelito que decía “Un auto menos”… Qué simpático, pensé. Comentó que estaba funcionando un Taller de Ciclomecánica en Villurca bajo el nombre Fabricicleta y que se juntaban a pedalear todos juntos bajo el nombre “La masa crítica”… Qué simpático, pensé.
Continué con mi rutina citadina, ir a trabajar, ir a cursar, hasta que se me presentó el problema: los pedales de la playera que me habían prestado estaban cada vez más pesados. La situación se agravó hasta que identifiqué que algo estaba roto de la rueda trasera. Bueno, tengo que ir al bicicletero del barrio! Le llevé la bici y me sentenció “Tenés la masa rota, esto te va salir 150 pesos”, tragué saliva.
La realidad económica me golpeó y la imposibilidad de trasladarme me hizo tener la necesidad de solucionar el problema por otro lado. Recordé el nombre “Fabricicleta” y luego de intentos fallidos con los días y horarios en los que funcionaba, me acerqué.
Entré por primera vez con la rueda en la mano, y me encontré con muchas bicicletas de lo más bonitas y coloridas, con sus respectivos canastitos verdes y cartelitos de unos autos menos. En ese pasillo se veía gente que iba y venía con herramientas en las manos engrasadas. Me saludaron antes de que pueda emitir palabra, como si fuera habitué. Un chico que había visto en la defensa del Río en Vicente López me ofreció un mate y mirando la rueda trasera dijo “ah, bueeno, tenés la masa hecha mierda!”. Le pregunté por lo que tenía que hacer y me dijo una respuesta muy clara, “cambiar la masa, comprate una shimano o una falcon que es más barata pero se la banca, y después de desarmar los rayos tenés que volver a colocarlos en la masa nueva”.
Un nuevo desafío se me presentaba: sacar los rayos. Comencé a hacerlo mientras observaba el lugar y los seres que lo habitaban, no hay nada mejor para conocer la dinámica de los espacios que sentarse en un costadito a sacarle los rayos a una rueda. Pasaban y me miraban, algunos se animban a comentar “en qué laburito te estás metiendo”, “es la primera vez que radias una llanta”, “no querés empezar por cambiar un pedalín?”, “querés un mate?”. Opté por el mate, y con los rayos en una mano y la masa destruída en la otra, comencé a deambular por el lugar... entrando al taller...parecía una sala de operaciones post apocalíptica, con pedazos reciclados de distintas partes de bicicletas, todo ordenado en cajas, herramientas en un tablero claro y muchas veces incompleto, se escuchaban comenetarios del tipo “en dónde me dijiste que tenía que poner esta pieza”, “alguien está usando la llave del 15?”, “quién está cambiando un horquilla?”… “querés un mate?”. Entre mates y manos engrasadas, me fui sintiendo más cómodo y me fui dando cuenta que estaban todos en la misma frecuencia, compartiendo conocimientos que se construían colectivamente, con la experiencia de otros, desde el respeto y con la paciencia que solamente el amor por las bicicletas les brindaba, con la conciencia de que el cambio se podía hacer desde el ejemplo de pedalear para transportarse, bajo el frío o la lluvia, pero siempre con una sonrisa en la cara, sintiendo la brisa de la libertad de poder ir de un punto al otro sin nada más que una bici.
Luego de comprar la masa nueva, mi paciencia no pudo con mi genio (por no poder ir el martes, esperar una semana para cambiar los rayos era demasiado), busqué por internet “cómo radiar una masa” y me adentré en la experiencia de la auto-escuela. Luego de varios intentos, pude armar la rueda y orgulloso, esperando hasta el sábado, fui a mostrarle a mis maestros la obra. Me preguntaron si la había armado yo solo, y les dije que fue con la ayuda de un gallego y un yanqui en internet.
Centrando la rueda, con mucha paciencia, se iban acercando personas que miraban la obra y me felicitaban o me recomendaban ajustar más de un lado que del otro. Escuché al lado a unos chicos que estaban viendo que tenían una rueda rota, me hacían acordar a alguien... les dije “Me parece que tenés la masa rota, fijate cómo está ahí, tendrías que desarmarla sacándole los rayos con esa herramienta y comprar un repuesto, luego volver a radiarla y centrarla”. En ese momento entendí la Fabricicleta, es un espacio en donde el conocimiento gira, y a través de la cinética se hace más fuerte y genera nuevas experiencias construidas colectivamente y sin dinero!
Recuerdo alguno de esos días que relatas. Un abrazo. Creo que me reconozco pequeño en el fondo de la foto. Abrazo
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