Publicamos a continuación la primer 'Fabriexperiencia' por Juan, el de las tortas caseras ricas entre otras alegrías.
Mi experiencia en "La Fabribicicleta", por Juan
Al menos un lugar entre otros, una rendija en la ciudad social. Paren las orejas de conejos, y vean que existen personas voluntariosas, alegre comunidad, y que lo que uno escriba resuene como al escuchar una canción de esas que vibras (Camarón de la Isla), así de intenso o quien te guste, o que revientes. Acá hay sentimiento. Vale el tiempo de compartir y darse unas volteretas con los velocípedos, comúnmente llamados bicicletas. Entonces relato algo de mi experiencia de pasar por aquí.
Caí con una bici vieja, que la tenía tirada en un galpón en el campo como esas cosas que ya están desechadas, olvidadas carentes de movimiento, que a uno le cuesta imaginar que puede rehacer algo con ella. Algún músico dijo alguna vez que no hay que conformarse con lo sutil y grotesco de las cosas y así entre los vientos sonaba su saxofón. "¡A restaurarla!", me dije, y basta proponérselo en esta vida de haceres y quehaceres. Más de treinta años en el mismo lugar, sufriendo tutas las inclemencias del tiempo. Aun conservaba su estilo inglés: lo único que conservaba. Digo "bici" dado que se asemejaba a lo que uno comúnmente piensa que es una bicicleta (Libertad y tiempo) pero en realidad estaba destartalada. Le faltaban partes, pero lo más importante supongo fue que pensé en ella. Siempre pienso en ella, en su silueta. Como decía Leopoldo Marechal: "más linda que dos amaneceres juntos" (aunque se refería a una mujer).
Y bueno, a lo mejor podría servirle a alguien, alguien se enamoraría de ella, ya que ella, no estaba enamorada de mi. Su fin: reintegrarse al sopor de un cuerpo, y trasladarlo. Así que un sábado me la cargué al hombro lo que algún día sería una bici. En la taller encontré, “ese no sé que de estar abierto”, lo lindo y trabajoso de aprender. Les cuento que ni sabía lo que era un piñón o cómo funcionaba y hasta llegué a emparchar una cámara más de cuatro veces por no saber como hacerlo: ni el sentido común me acompañaba. Mate va mate viene fui encontrando la mayor parte de repuestos y partes originales que le faltaban, en diferentes rincones del taller de “lafabribicicleta”. Estaban allí dispuestos, más gente bien heterogénea, despojados, que dan si importar lo que reciben.
La cuestión interesante en esto es que hoy la cleta anda, me transporta así con los cabellos al viento, acá si en muchos sentidos. Tiene una belleza particular esa que hace al paso de los años y eso que aún se mantiene firme en óxido... claro que tengo que seguir reparando en ella.
Al menos un lugar entre otros, una rendija en la ciudad social. Paren las orejas de conejos, y vean que existen personas voluntariosas, alegre comunidad, y que lo que uno escriba resuene como al escuchar una canción de esas que vibras (Camarón de la Isla), así de intenso o quien te guste, o que revientes. Acá hay sentimiento. Vale el tiempo de compartir y darse unas volteretas con los velocípedos, comúnmente llamados bicicletas. Entonces relato algo de mi experiencia de pasar por aquí.
Caí con una bici vieja, que la tenía tirada en un galpón en el campo como esas cosas que ya están desechadas, olvidadas carentes de movimiento, que a uno le cuesta imaginar que puede rehacer algo con ella. Algún músico dijo alguna vez que no hay que conformarse con lo sutil y grotesco de las cosas y así entre los vientos sonaba su saxofón. "¡A restaurarla!", me dije, y basta proponérselo en esta vida de haceres y quehaceres. Más de treinta años en el mismo lugar, sufriendo tutas las inclemencias del tiempo. Aun conservaba su estilo inglés: lo único que conservaba. Digo "bici" dado que se asemejaba a lo que uno comúnmente piensa que es una bicicleta (Libertad y tiempo) pero en realidad estaba destartalada. Le faltaban partes, pero lo más importante supongo fue que pensé en ella. Siempre pienso en ella, en su silueta. Como decía Leopoldo Marechal: "más linda que dos amaneceres juntos" (aunque se refería a una mujer).
Y bueno, a lo mejor podría servirle a alguien, alguien se enamoraría de ella, ya que ella, no estaba enamorada de mi. Su fin: reintegrarse al sopor de un cuerpo, y trasladarlo. Así que un sábado me la cargué al hombro lo que algún día sería una bici. En la taller encontré, “ese no sé que de estar abierto”, lo lindo y trabajoso de aprender. Les cuento que ni sabía lo que era un piñón o cómo funcionaba y hasta llegué a emparchar una cámara más de cuatro veces por no saber como hacerlo: ni el sentido común me acompañaba. Mate va mate viene fui encontrando la mayor parte de repuestos y partes originales que le faltaban, en diferentes rincones del taller de “lafabribicicleta”. Estaban allí dispuestos, más gente bien heterogénea, despojados, que dan si importar lo que reciben.
La cuestión interesante en esto es que hoy la cleta anda, me transporta así con los cabellos al viento, acá si en muchos sentidos. Tiene una belleza particular esa que hace al paso de los años y eso que aún se mantiene firme en óxido... claro que tengo que seguir reparando en ella.